13 de febrero de 2016

Hocino de guerra………u ¿hocino a secas?

Como pasa el tiempo, para este año tenía el firme propósito de poner una entrada en el aniversario del Blog, el 4 de febrero pero la verdad lo olvidé por completo………

Continuemos con temas medievales.

Como me ha sucedido tantas veces, hace poco me topé en internet con esta curiosa ilustración medieval.


Procede del “Les Coutumes de Toulouse” de Francia, datado hacia la última década del S.XIII. En ella pueden verse tres caballeros armados hasta los dientes preparando lo que promete ser un sabroso guiso, pero el detalle que nos ocupa es el arma que sostiene el caballero del centro:


Da miedo, ¿verdad?.  Pues tenemos allí un curioso instrumento de muerte, no tengo idea de si se trataría de una adaptación de una herramienta agrícola o de un arma fabricada expresamente, en cuyo caso obviamente estaría inspirada por una herramienta. Recordemos que entre las milicias medievales lo que más brillaba por su ausencia eran las armas de calidad y los plebeyos que las componían tenían que echar mano de las más simples como lanzas, hachas, porras, cuchillos….. e incluso de herramientas de trabajo cuando las cosas estaban realmente mal y un señor no podía armar decentemente de a su gente o esta tenía que defenderse sola, y en muchos casos fueron estas armas improvisadas las que sentaron las bases para el desarrollo de armas especializadas como los martillos de guerra, las bisarmas, gujas, manguales y un largo etc.


Sabemos sobre el uso militar del hocino (pronunciado "jocino"), rozadera o rozón, podón, cazanga, tajamata, calabozo, coa, tranchete (hay demasiados nombres dependiendo del lugar e incluso en un solo sitio las fronteras entre tipolgías son muy confusas), recomiendo ampliamente la entrada del Amo del Castillo sobre este tema.  Lo curioso de la ilustración de“Les Coutumes de Toulouse” es que muestra, en un contexto militar el uso de lo que sería la cabeza de una rozadera u hocino en un mango de muy corta longitud sostenida por un hombre de armas, cuando lo más normal sería verlas en manos de plebeyos con astas largas para tener alguna garantía al enfrentar caballería. 

Estas herramientas -básicamente la misma cabeza- se ven con mangos de otras longitudes para ciertos trabajos, algunos son muy pequeños e incluso inexistentes tomándose en estos casos  la herramienta simplemente por el cubo de enmangue  lo que permite usarla como si fuera una hoz. Este mango de longitud intermedia sería en un ambiente agrícola como para cortar ramas a poca altura o para desbrozar y habría permitido, en combate blandirlo a una o quizá dos manos.
Aunque en este caso podría no haber nacido como herramienta y ser “de segunda generación”, se entrevé alguna decoración en el mango lo que da en pensar que podría ser un arma fabricada especialmente, y sobre todo, está en manos de un personaje con el mejor equipo del momento.
Estamos ante un arma de mano que habría sido excelente para dar tajos cual hacha, con el añadido de enganchar y desgarrar al infortunado enemigo, cosas que se me antojan muy útiles por ejemplo contra perpuntes e incluso creo que habría servido para desmallar una lóriga. Me recuerda mucho al famoso “falx” usado por los dacios  para hacer la diplomacia con los romanos, al menos en cuanto a concepto se refiere.

Sobre su construcción la iluminación no aporta demasiado, pero como se habrán dado cuenta mis avezados lectores, llevo toda esta entrada asumiendo que se trata de una cabeza de rozadera u hocino, que lógicamente habría de llevar cubo de enmangue, descartando así las posibilidades de por ejemplo cachas remachadas o de una espiga atravesando el mango, la teoría del cubo me parece la más lógica y sencilla suponiendo el origen agrícola.
Como me ha pasado tantas veces, archivé esta curiosidad con el anexo: “tengo que hacer uno de esos”, pero justo antes de darme la media vuelta y seguir pensando en mujeres y en que excusas explicaciones dar a mis accionistas decidí que el momento es ahora, es decir, fue ahora en aquel momento, bueno ustedes entienden. Comencé con esta materia prima:

 Es un muelle de poco más de 60cm que me regaló un buen amigo dándome gran felicidad, dice que estaba en su casa desde tiempos inmemoriales y no tiene idea de cuál sea su origen. Luce viejo y el acero se siente viejo; es decir, no es un aleado como los de los muelles actuales, es al carbono, algo parecido al 1045 o un poco más alto, más blando y menos eficiente que los muelles actuales de allí su geometría con cambios de grosor tan grandes, porque así se maximizaba la eficiencia, yo creo que es una pieza de alguna máquina porque uno de los extremos tiene un resalte como para encastrar en algo y el espesor no es simétrico como para pensar que perteneció a la suspensión de algún vehículo, supongo que es una refacción que nunca se instaló porque aunque es viejo se ve nuevo:  las marcas de laminado están como recién hechas a pesar del óxido, no tiene desgaste por ninguna parte y no se siente fatigado. En todo caso metalúrgicamente es un material perfecto para hacer la reproducción de un arma antigua.
Empecé cortando el muelle por el centro, justo en su máximo de grosor de 15mm, un espesor suficiente para forjar un cubo de enmangue muy rústico y abierto, normal en una herramienta básica,  pero se queda corto para hacer uno completamente cónico teniendo en cuanta el grosor aproximado del asta necesaria. Usaré la mitad más fina para este engendro y ya se me ocurrirá algo para aprovechar la otra.

A partir de este punto todo es forjar y cantar.




Al cerrar el cono en la parte superior tuve buen cuidado de dejarlo bien centrado con respecto a la hoja como si de una lanza se tratase, lo normal en las herramientas industriales actuales es que la hoja este desplazada hacia un lado del mango pues toda la pieza se corta de una lámina plana de acero y simplemente se dobla para forma el cubo de enmangue.


Empecé a afinar y estirar la punta:




Viendo la ilustración la punta del arma es demasiado ganchuda, incluso queda casi paralela al filo, creo que esto es un gesto dramático del ilustrador pues una punta con un ángulo tan cerrado sería impráctica tanto para trabajar como para combatir, sin mencionar que el resto de las armas presentes son por demás abstractas. 


Luego rebuscando un poco encontré otras ilustraciones del mismo tipo de arma y del mismo manuscrito donde se muestra la forma del gancho más realista.


Después de todo con un arma así una de las posibilidades más deseables sería la de poder hundirle la punta al enemigo en el cráneo con un golpe bien descargado si se presenta la ocasión, por eso la dejé más abierta aunque claro que suficientemente cerrada como para enganchar.



Finalmente empecé a bajar el filo y extender un poco la hoja:


En las ilustraciones se puede ver que los hocinos son prácticamente rectos, sin embargo esta delicada curvatura en forma de S es la forma que adquiere naturalmente una herramienta de este tipo al serle forjado el filo, y me parece que es algo representativo y bonito que decidí conservar. Sin contar la consabida abstracción omnipresente en las ilustraciones.


Luego de normalizar a desbastar un poco:


También aproveché para hacer los agujeros para un remache pasante que asegurará la hoja al cabo de madera.

Templé en agua y al acabar de revenir la sumergí en aceite para pavonarla, el resultado es una dureza propia de un acero con poco carbono, se puede considerar baja para lo que acostumbramos hoy, pero como mencioné antes está muy bien para reproducir un arma antigua.


Después de templar y revenir  desbasté en la parte curva con una piedra cónica para taladro a fin de dejar los biseles bien simétricos y el filo recto, así mismo rectifiqué las caras de la hoja y pulí con piedra de afilar barata, primero con el lado grueso y luego el fino, ambas operaciones lubricando con abundante agua.


El mango lo hice con un pedazo de cabo para azadón comprado en la ferretería como los que uso siempre, madera de encino excelente. Tallé la madera para hacerla entrar a presión en el tubo de enmangue y la aseguré con un remache pasante hecho con un clavo bien gordo. Algo que me parece relevante a la hora de meter remaches pasantes asegurando piezas metálicas y madera es hacer el agujero en la madera con una broca más delgada que el clavo y que que este tenga la medida exacta de los agujeros en el metal, así metemos el clavo clavándolo -valga la redundancia- minimizando el riesgo de rajar la madera y quedando apretadisímo en la misma. Entonces solo resta cortarlo dejando un sobrante y remacharlo. Este es un punto importante tomando en cuenta que el cubo quedó abierto, pero ya con el remache la solidez alcanzada me convence plenamente. 


Usando la escofina (ustedes sean gente civilizada y compren o hagan un mango para sus escofinas) rebajé el mango que viene de fábrica con sección redonda volviéndola oval, además de dejar al final un ensanchamiento a modo de pomo o tope para que la mano no se escurra aprovechando la forma del mango que ya es ancho de un extremo para trabar la hoja del azadón, también le hice un agujero al final para poder colocar un fiador.


Copiando el diseño visible en “Les Coutumes de Toulouse”  pirograbé el cabo. Simplemente dibujé el patrón con un lápiz y quemé con un clavo al rojo, los círculos los hice del mismo modo estampando un tubo de hierro. Es algo realmente simple pero la verdad me gustó y creo que aporta mucho al aspecto final.



Y después de aceitar bien el mango y de algunos detalles menores queda terminado. 

Da miedo, mucho miedo.

Tiene peso y  contundencia más que suficientes para llevarse limpiamente un brazo o abrir un cráneo como una calabaza madura. Mide 83cm en total, solo la cabeza pesa 740g y completo pesa 1.080kg. No le envidia nada a un hacha de dimensiones similares, pero lo verdaderamente escalofriante es la capacidad de clavada/corte/enganche de la punta.






Aunque puede que se haya probado la idea de este tipo de armas en mangos cortos para blandirse como si se tratara de por ejemplo un hacha, parece que la idea no prosperó, al menos no como ocurrió con la variante de asta larga que tuvo su propia, larga y exitosa evolución. Caso curioso es el de nuestro manuscrito donde se representa el arma con mucha frecuencia porque que en todos los demás que he hurgado ya posteriores, siempre aparecen hojas similares o de tipos más avanzados y en astas largas, o si son cortas -aunque nunca tanto como en este caso- se trata de tipologías más evolucionadas con petos o putas, no como algo sacado del cobertizo a toda prisa.


Quizá como arma de mano podían tener efectividad ante gruesos perpuntes y/o lórigas, y ni hablemos de su utilidad contra gente peor protegida, es aterrador solo pensarlo. Pero probablemente la espantosa  cualidad de enganche era realmente buena solo en astas largas; al combatir a corta distancia no sería conveniente ver el arma propia atascada en el equipo o el mismo cuerpo del enemigo aunque lo hubiésemos abierto en canal, por lo que no habría aportado nada mejor de lo que ya entregaba un hacha o un chafaronte. 
Aunque no haya hecho carrera militar en este nicho sí que conquistó el de las armas de asta larga, y eso no quita que el hocino haya sido una herramienta muy útil, extendida y que cuando alguien necesitaba imperiosamente un arma y no tenía otra cosa, el hocino le habría prestado buen servicio comenzando por su evidente poder intimidatorio.



Ahora que lo veo bien me doy cuenta de que la cosa que forjé no difiere en nada de una herramienta: cuando se la mostré a mi padre me felicitó por el buen trabajo y añadió: “Hasta que haces algo útil, préstamela porque en la parcela hay unos arbolillos que están creciendo muy feos y quiero darles una poda”, un vulgar podón, pues.

No deja de ser un arma curiosa e intimidante, solo imagínese una de esas meneándose cortando el aire a unos centímetros de sus rostros o dándoles un amigable tironcillo de la corva izquierda. 


Y ya, tengo que volver a los trabajos que me pagan el pan. nos leemos pronto.